Gustavo Pérez Ortega
Todo parece una ficción que solo pertenece y reside en las mentes de los llamados poetas de la integración, esos extraños soñadores que aun creen en la paz y cooperación continental.
Integrar los países americanos es, sin lugar a dudas, un reto demasiado complejo y de proporciones extraordinarias. Primero habría que pensar si es posible hacerlo con la inclusión o no de los Estados Unidos. Siempre existe la preocupación porque los grandes países tienden a imponerse y terminan arrasando con las posibilidades de los países más pequeños.
Pero, por los momentos, hay países que se animan y enfocan su mirada en lo que representa el gigantesco mercado del norte. Pero también hay temores, justificados o no, que prevalece en muchos otros países. Estados Unidos es un país demasiado poderoso como para estar muy cerca de él. Es como estar acostado al lado de un inmenso elefante, "dormir con el enemigo", corriendo el riesgo de ser aplastado en cualquier momento.
Sin embargo, como punto de partida, ya existe este desencuentro. ¿Se quiere la unión de todos los países americanos, incluyendo a los de Norteamérica, o nos dedicamos a pensar en una alternativa donde se incluyan solamente los países Latinoamericanos y del Caribe?
Para comenzar, ya hay algunos países latinos, como es el caso de México, algunos Centroamericanos y del Caribe, Colombia, Perú y Chile que ya tienen una clara visión al respecto. Sus alianzas, o intenciones de hacerlas con el país del Norte, son claras y manifiestas desde hace ya varios años. Habría que evaluar, en cualquier caso, si esas relaciones ha sido o serán una decisión conveniente y beneficiosa para las partes, y en que situación se encuentran actualmente.
Otros países de la Región mantienen una posición distinta y opuesta. Es el caso evidente de Cuba, desde hace ya muchos años, y más reciente se ha acentuado en los casos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, y de Brasil, la gran potencia suramericana. Para estos países, pareciera que no es concebible una unión americana con la participación de Estados Unidos.
Los países centroamericanos han profundizado sus aspiraciones integracionistas y buscan un mayor entendimiento tanto con los países de Norteamérica, así como con la Unión Europea. Más recientemente están apuntando también hacia un mayor acercamiento e integración con los países miembros del CARICOM. En la cuenca del Caribe se incluyen también a Méjico, Colombia y Venezuela, que en su momento integraron el desaparecido Grupo de los Tres, y a Belice, Guyana y Surinam
De este modo, los países de Norteamérica, incluyendo a México, ya están integrados en un bloque; los países de Centroamérica y los del Caribe, con el apoyo de la Unión Europea, también están conformando su propio bloque subregional.
Las opción que realmente queda se centra principalmente en la posibilidad de una unión entre los países suramericanos, con la creación de un tercer gran bloque subregional, para lo cual, deberá existir un entendimiento claro y definitivo entre los países pertenecientes, por una parte, a la Comunidad Andina, y por la otra, al MERCOSUR, de modo que se puedan armonizar los avances en sus respectivos procesos de integración, así como incorporar plenamente a los países que se han mantenido alejados de esquemas previos de integración regional, como es el caso de Chile, Guyana y Surinam. Pero especialmente, habrá que tomar en cuenta la posición de aquellos países suramericanos que por su parte ya han logrado importantes acuerdos bilaterales con los Estados Unidos. No obstante, y a pesar de ello, recientemente se ha dado un primer gran paso con la creación de UNASUR.
Habría que preguntarse, en todo caso, y estudiar muy objetivamente, cual será realmente el beneficio que van a obtener cada uno de estos países al integrarse como una Unión de Estados Suramericanos; cuáles las ventajas y cuáles las desventajas; y que pasos serían necesarios dar en este sentido, para poder iniciar y andar efectivamente por ese enredado y tortuoso camino que conduce a la Unión, y hacer de ella una realidad tangible.
Tras la integración, quiérase o no, siempre está presente el objetivo y la necesidad de compartir y ampliar entre los socios sus respectivos mercados. Eso se logra con la creación de un mercado común, al eliminar las barreras arancelarias y las proteccionistas entre las fronteras de los países que se integran, y establecer un sistema común de protección ante terceros.
Implica, asimismo que existan equilibrios entre las estructuras productivas y que éstas se complementen y tengan una fuerte base en la inversión compartida y la presencia de empresas mixtas con la participación del capital de los distintos países miembros.
Pero se necesita, antes que nada, contar con un proyecto serio donde se defina claramente cuales son los objetivos que se persiguen y como se van a lograr en el tiempo. Se requiere sustancia, y algo más que poesía, aunque siempre haga falta la emoción y el corazón. Es necesario un proyecto consistente,que convenza, que entusiasme, en el que se pueda creer, que inspire confianza y motivación en la gente y no solo en las elites gobernantes.
Un proyecto que pueda presentarse a los grandes partidos democráticos y a los líderes políticos, empresariales y laborales; un proyecto que sirva para promover la unión interna en cada país, y no que ahonde y profundice sus diferencias.
Éste gran proyecto no puede ser una imposición de ninguno de los países, ni por su poderío económico y menos aun por el político. Es un asunto de convencer a las partes internas dentro de cada país y que sean las propias fuerzas internas las que en definitiva hagan suyo el proyecto y lo impulsen.
Es un asunto de Estado, y no de unos gobernantes de turno. No es una cuestión de unión política, y por lo tanto superficial, sujeta a que se rompa con cualquier desavenencia. Tiene que ser un proyecto de mayor envergadura, estructural; que sea asimilado y promovido por la gente y sus líderes natos, convencidos de los beneficios que van a obtener con la integración.
Es también un asunto, evidentemente, de solidaridad con los países de menores recursos y con pocas posibilidades de desarrollo; de apoyarlos financiera y socialmente, y no de manipularlos.
Es un proyecto que abarca igualmente el tema cultural, para poder superar una historia signada por tantas luchas fraticidas, cuyas heridas en algunos casos parecen nunca cicatrizar.
Es un proyecto de creación y unificación de las infraestructuras necesarias, de acuerdos y apoyos energéticos, que requieren una inmensa inversión en capital y tecnología, y cuyo financiamiento no puede provenir solamente de un mayor endeudamiento de los Estados.
Es un proyecto que debe tener sus pies bien puestos en el diálogo, la tolerancia y el respeto entre las naciones. De unidad ante la diversidad y la adversidad.
Es un proyecto de gran escala que, en fin, debe ejecutarse de manera conjunta y gradual; progresivamente. Con hitos muy claros y alcanzables en el tiempo. Sin prisa, pero sin pausas. Con lineamientos de acción muy claros y compartidos entre todos; de consensos entre los países, siempre concientes que los frutos de la integración son de largo plazo, para nuestros hijos… o para nuestros nietos.
En fin, parece devastador pensar en un proyecto de tal naturaleza y magnitud… pero si los europeos con sus grandes diferencias lo lograron, cabría preguntarse ¿Por qué no, nosotros?