UNA AMISTAD ENTRE BIOMBOS


Edwin Williamson

Borges y Adolfo Bioy se conocieron por primera vez en casa de Victoria Ocampo hacia el final de 1931, en una fiesta que la grande dame de la cultura argentina ofreció en honor de un escritor francés visitante.

Dice Bioy que el día de la fiesta de Victoria Ocampo, Borges acababa de publicar “Nuestras imposibilidades”. Este ensayo salió en la revista Sur en la primavera austral de 1931, por lo cual podemos constatar que cuando Borges conoce a Bioy por primera vez, todavía estaba sufriendo la crisis personal más aguda de su vida.

La causa principal de esa crisis fue el rechazo de Norah Lange a finales de 1926, una joven poeta argentina de origen noruego que había sido su musa en los años veinte. Esos fueron los años en que Borges había sido el poeta más admirado de la nueva generación. Había traído las ideas de la vanguardia europea a Buenos Aires, y en particular el expresionismo, a base del cual había concebido un nuevo criollismo, que consistía por la mayor parte en la glorificación del “culto del coraje” de cuchilleros y compadritos de los arrabales de su ciudad natal.

Su más alta aspiración entonces había sido escribir una novela épica de la vida de Buenos Aires, tal como Joyce había hecho con Dublín en el Ulysses. En este periodo también Borges llevó a cabo un impresionante protagonismo en el campo de la política cultural de su país: fundo un comité de jóvenes intelectuales que militaron a favor de la reelección a la presidencia de Hipólito Yrigoyen, el gran caudillo populista del partido Radical, a quien el joven Borges idolatraba. Fue una época de suma felicidad.

Sus proyectos empiezan a deshacerse cuando Norah Lange se enamora bruscamente del poeta Oliverio Girondo, su más odiado rival dentro de la nueva generación argentina. Para rematar esta desgracia, su héroe Yrigoyen es derrocado por un golpe militar en 1930, y esto da la estocada al proyecto criollista de Borges.

Este desastre personal es el hecho capital que explica su extraordinaria evolución del poeta whitmaniano que aspiraba a ser de joven hacia el escritor desilusionado, al kafkiano, que aparece una década más tarde. Su amor por Lange estaba tan compenetrado con sus ideas estéticas que estas entran en crisis: abandona la poesía y comienza a buscar una nueva salida para su escritura, una búsqueda que va a durar hasta el final de la década del treinta.

En “La postulación de la realidad” rechaza la abierta expresividad del escritor “romántico” (la postura que había sido la suya en los años veinte) y opta por la reticencia del “clásico” para quien la experiencia vital y la emoción no son reveladas directamente al lector.

Recordando ese primer encuentro, Bioy escribe en su diario que “no fue admiración por sus escritos lo que me atrajo; fue mi admiración por su pensamiento expresado en las conversaciones”. Congeniaron de inmediato y se quedaron sentados en un rincón charlando sobre temas literarios. A cierta altura Borges, torpe como siempre, derribó una lámpara de mesa, llamando la atención de la anfitriona, que se deslizó hacia ellos y siseó: “No sean mierdas, vengan y hablen con mis invitados”. El accidente de Borges con la lámpara fue “una gaucherie que me lo señaló como un alma gemela entre gente tan segura de sí y tan cómoda”, escribe Bioy. En vez de hacerle caso a Victoria, decidieron marcharse y seguir con su conversación en el coche en el que Bioy llevaba a casa a su nuevo conocido.

Unos tres meses después de conocer a Bioy en Villa Ocampo, Borges publica otro ensayo fundamental, “El arte narrativo y la magia”, donde arremete contra el supuesto realismo de la novela moderna. El arte narrativo no consiste en ofrecer un espejo del mundo, sino en crear “un orbe autónomo”, “un juego preciso de vigilancias, ecos y afinidades”, cuya causalidad es más afín a las operaciones de la magia que a las supuestas leyes naturales de lo que en todo caso es una realidad insondable tanto para el autor como para el lector.

En 1933 empieza a ensayar esta nueva reticencia expresiva en una serie de relatos biográficos que reunirá en Historia universal de la infamia (1935). En el prólogo a este libro se describe como “asaz desdichado”, señal de que la crisis provocada por la deserción de Norah Lange no ha sido superada; sigue la tortura de insomnios y pesadillas que lo había llevado a contemplar el suicidio en 1934.

Borges le había confesado desde el comienzo de su amistad su desventurado amor por Norah Lange, y era evidente que allí había un daño profundo, una herida que no había cicatrizado. Bioy, en efecto, iba a convertirse en el hombre de confianza de Borges, una posición que mantuvo casi por el resto de la vida de su amigo.

En realidad, la amistad tardó tres años más en consolidarse porque poco tiempo después de este primer encuentro, Adolfito, que estudiaba leyes en la Universidad de Buenos Aires, se aburrió de sus estudios y se fue a vivir a Rincón Viejo, la estancia de la familia, y los dos nuevos amigos sólo se verían de vez en cuando, ya que a Borges no le agradaba salir mucho de Buenos Aires.

No es difícil ver por qué Bioy se hizo tan amigo de Borges: este fue el catalizador de su imaginación creadora. Para Borges, ciertamente habría que tomar en cuenta el efecto halagador de adquirir un converso a las ideas literarias que estaba desarrollando en un periodo en que se encontraba aislado y temía haber fracasado como escritor.

A principios de 1940 la amistad entró en una nueva fase cuando Bioy se casó con Silvina Ocampo y se fue a vivir a Buenos Aires en un amplio departamento del elegante Barrio Norte. Se desarrolló una especie de ritual: Borges pasaba por allí casi todas las noches, y después de cenar él y Bioy trabajaban en algún proyecto literario. Cada jueves, Silvina y Adolfito ofrecían una velada para sus amigos literarios. De vez en cuando les pedían a uno o dos invitados más que se unieran a ellos para cenar con Borges, lo cual no era gran cosa por lo que a la comida se refiere, porque los Bioy no se distinguían por el esplendor de su mesa: solían servir algún plato improvisado por Silvina de lo que pudiera haber encontrado en el frigorífico esa noche, y además acompañado de agua, ya que los anfitriones no bebían alcohol. El placer era ver a Borges bajar la guardia en esas reuniones íntimas y mostrarse ingenioso, cargado de chismes maliciosos, e inventivo en los juegos que ideaba para poner a prueba la amplitud de las lecturas de los comensales.

La verdad es que Borges no era un buen conversador: no sabía cómo conectar con su interlocutor, sólo le interesaba explayarse en citar y recitar, o emitir juicios sobre escritores vivos y muertos, sobre amigos, rivales y enemigos del mundillo literario en que se movía. De vez en cuando notamos cómo Silvina se irritaba con él, y hasta Bioy a veces apunta cómo Borges “perora” en la sobremesa sin dejar lugar a otras personas. Esto es una manifestación práctica en la vida cotidiana de ese solipsismo, esa “irrealidad”, que figura como un tema constante en su obra.

Durante estos años empezó la colaboración entre los dos amigos en los cuentos de don Isidro Parodi y otros textos, como también en varios guiones cinematográficos. Los textos que escribieron juntos –muchos de ellos con los seudónimos de H. Bustos Domecq y B. Suárez Lynch– eran concebidos por ambos como diversiones. Pero cuando se trataba de obras que ellos consideraban como trabajo serio no hubo colaboración alguna: no discutían sus works in progress, ni se mostraban sus manuscritos.

Al mismo tiempo, ambos dieron a la luz obras importantes: Bioy publicó La invención de Morel en 1940 y Borges la colección El jardín de senderos que se bifurcan en 1941 y Ficciones en 1944.

El traumático rechazo de Norah Lange en los años veinte se convirtió en la imaginación de Borges en una melodramática “fatalidad”. De hecho, el rechazo se había repetido con una serie de mujeres, incluso con Haydée Lange, la hermana de Norah, quien también lo rechazó en 1941 a favor de otro hombre, y cuyo abandono inspiró el angustiado poema “La noche cíclica”: “Volverá toda noche de insomnio: minuciosa./ [...] El tiempo que a los hombres/ trae el amor o el oro, a mí apenas me deja/ esta rosa apagada.”

Borges con María Esther Vásquez y la familia de Adolfo Bioy Casares

Borges va reconociendo poco a poco el papel que juega su madre en la perpetuación de su “trágico destino repetido” con las mujeres. De hecho, hizo varios intentos de rebelarse contra la voluntad materna, intentos que culminaron durante su amistad romántica con María Esther Vázquez. Adolfito y Silvina creían que había buenas posibilidades de casamiento pero parece ser que doña Leonor estaba totalmente opuesta. “Madre es muy dominante”, le confiesa Borges a su amigo. “Sólo le gustan las mujeres que sabe que a mí no me gustan”

La rebelión contra Madre no llegó a realizarse, entre otras razones porque María Esther se casó con otro hombre en 1965. Este fracaso sentimental sirvió para avanzar la lenta y dolorosa toma de conciencia de Borges: a finales de ese mismo año se lanza a componer una serie de cuentos (más tarde reunidos en El informe de Brodie) que narran, en conjunto, un proceso de liberación de trabas psicológicas que habían sido fraguadas dentro de su entorno familiar desde su primera juventud.

Quizá la más amarga ironía que se dio en la vida de Borges fue que, cuando por fin llegó a comprender las razones por su “trágico destino” con las mujeres, las posibilidades de rebelarse estaban ya tan cercenadas por su ceguera y la extrema vejez de doña Leonor que tuvo que resignarse a un casamiento con una viuda que Madre había elegido para que lo cuidara. Fue un desastre, y Bioy registra esporádicamente las tribulaciones de Borges con su cónyuge hasta su separación en 1970. Lo que no registra Bioy es que para buscar alivio de sus desgracias matrimoniales, Borges acude a la compañía de la joven María Kodama. Después de la separación, esta amistad se convierte en una relación amorosa, como queda confirmado por el hecho de que unos meses después de un viaje a Islandia en abril de 1971, donde se había declarado a María, Borges compuso un breve cuento de corte claramente autobiográfico. “Ulrica” trata de un viejo profesor sudamericano que conoce a una chica noruega que le ofrece una noche de amor; este “milagro” le recuerda una muchacha que le había negado su amor en su juventud (Norah Lange era de familia noruega).

La muerte de Madre en 1975 deja a Borges más libertad para dedicarse a María Kodama, pero la relación con su joven “secretaria” empieza a suscitar celos y hostilidades en Buenos Aires. Entonces comienzan los frecuentes viajes al extranjero, cuyo aliciente principal para Borges era el poder compartir su intimidad con María durante largas temporadas sin interferencias de familiares, amigos ni, desde luego, de los voraces medios argentinos. Y conforme se afianza su relación con María disminuyen sus visitas a Bioy.

Borges ya no confiaba como antes en su amigo; parece haber tardado bastante en comunicarle a Bioy lo que significaba María en su vida.

Bioy se habría dado cuenta de que María lo había sustituido en su papel de consejero, y es posible que sintiera cierto resentimiento. Aun así, sólo de vez en cuando registra el enfriamiento de la amistad. El 19 de septiembre de 1983, escribe:
Cuando le pregunté cómo le iba en su vida, me contestó: “Muy bien” y se calló. La circunstancia de que no se internara en confidencias, como era usual, parece indicativa de una nueva actitud. Es triste, si vemos la vida como un cuento, que una amistad como la nuestra se quiebre en los últimos tramos.

Ya para los años ochenta el enfriamiento llega al borde de la ruptura: Bioy no fue informado que le habían diagnosticado cáncer de hígado a Borges en septiembre de 1985, tampoco de la decisión de partir para Ginebra. El día 12 de mayo de 1986 recibió una llamada telefónica desde Suiza. Era María Kodama que le informaba que Borges estaba en un estado delicado de salud. Apareció la voz de Borges y le pregunté cómo estaba: “Regular, nomás”, me respondió. “Estoy deseando verte”, le dije. Con una voz extraña, me contestó: “No voy a volver nunca más.” La comunicación se cortó. Silvina me dijo: “Estaba llorando”. Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.

Al mes de esta comunicación, Bioy va a un quiosco a comprar un libro y un joven desconocido le da la noticia de que Borges ha muerto:Seguí mi camino […] sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: “Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez.” Pensé: “Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados.Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte?”

Si María Kodama lo reemplazó como confidente era porque le llevaba una ventaja decisiva: estaba capacitada para entrar precisamente en esa “vida secreta” que era la fuente de toda la escritura de Borges; ella, en fin, pudo ofrecerle el amor, la experiencia que él tanto anhelaba y que “una cadena de mujeres” le había negado.

En el último apartado de su diario, Bioy anota trozos de una conversación con Jean Pierre Bernès, el profesor francés que había estado con Borges en las últimas semanas de su vida para preparar una edición francesa de su obra para la colección La Pléiade. Bernés le cuenta que hacia el final, cuando le leyó “Ulrica”, Borges dijo simplemente: “Soy un escritor”




(*)Extracto del ensayo, escrito para la Revista Letras Libres por Edwin Williamson quien es el biógrafo más autorizado de Borges

http://www.letraslibres.com/index.php?art=13764


Bioy Casares es el escritor más laureado de Argentina. En 1970 fue Premio Nacional de Literatura, y en 1975 Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1990 Premio Cervantes, en el 94 Medalla de Oro de Universidad Complutense, pero su mayor premio fue escribir El sueño de los héroes. "Si me tuvieran que juzgar por mis libros, que sea por ese".


Silvina Ocampo (1903 - 1994)

Escritora argentina. Realizó estudios de pintura con Giorgio de Chirico y estuvo vinculada al mundo literario a través de su hermana Victoria Ocampo y su marido Adolfo Bioy Casares. Se inició con un libro de cuentos no reivindicado, Viaje olvidado (1937). Luego cultivó una poesía cercana a las formas del clasicismo: Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), Poemas de amor desesperado (1949) y Los nombres (1953). Volvió a la poesía en 1962 con Lo amargo por dulce y en 1972 con Amarillo celeste. Lo más reconocido de su obra son sus libros de relatos, donde incursiona en la literatura fantástica (fantasmas, monstruos, figuras persecutorias) mezclada con observaciones irónicas y de humor negro sobre las costumbres de la gente común: Autobiografía de Irene (1948), La furia (1959), Las invitadas (1961), Y así sucesivamente (1987) y Cornelia ante el espejo (1988). Colaboró con Bioy Casares en una novela policiaca, Los que aman odian (1946), con Bioy y Borges en antologías de la literatura fantástica y de la poesía